Bienvenid@ a mi sueño.

Los sueños nunca mueren. Muren los que no son sueños, mueren los que quieren morir.

16.11.12

Vivo


Y ahí estaba aquel joven, inmerso en la insulsa y gris gran ciudad, cubierta de sombras en las nubes, con olor a llanto de dioses y con una pantalla al frente. ¡Oh, que miserable se sentía!
Pero eso era el día a día, lo usual del lugar donde residía, lleno de conflictos inertes y sentimientos vacíos que solo llenaba con música y pensamientos abstractos sobre la teoría del caos o el efecto mariposa con la finalidad de entender porque su pasado lo condenaba.
Que gris se veía el metro, que amarga se sentía la azúcar, que triste se sentía el pobre muchacho.
Pero la vida enseña que no hay mal que por bien no venga, y que no importaba como, donde o cuando, su historia sería escuchada, sería parte de algún anaquel viejo y empolvado, esperando a que alguien tuviera el valor de leerlo, arriesgándose a entender al pequeño de veinte inviernos. Y soñar siempre le resultó fácil, hasta que aprendió a hacerlo despierto  y su mirada cambió.
El cielo lleno de sombras era un bosque oscuro y maldito, donde el único momento que se limpiaba era cuando salía de él. Y los grandes edificios fueron montañas donde se encargaba de llegar a la cima para ver los pequeños cerros aledaños. Las personas fueron aldeanos de una campiña rústica donde vivía. También podía escuchar a los dioses por la radio, que según él, era un tipo de comunicador dimensional que lo contactaba directamente con los entes del más allá.
El chicuelo aún quería contar su historia y guardarla en el anaquel polvoriento, y es ahí donde sus manos empezaron a fallar. Los lápices eran más de lo que sus manos podían levantar. Y caminar ya no era tan fácil como antes, llevar sus pies por sobre un centímetro podía llevarle horas. Su mente se empezó a cansar y los sueños despiertos se volvieron pesadillas de realidad.
La distrofia de Duchenne es una grave enfermedad que no lo tomó por sorpresa, sabía hace un tiempo que la poseía y que no podía hacer nada. Un último suspiro para avanzar en lo que puede ser una vida corta, o un mal sueño escrito por un desgraciado autor.
Pero rendirse no es una opción, rendirse es para aquellos sin voluntad, como fue mi amigo en su tiempo pasado, antes de soñar despierto. Siempre hay gente en el mundo dispuesto a contar historias ajenas y dejarlas en los anaqueles polvorientos, y esta vez no hubo excepción.
El dolor era más de lo que muchos soportan, pero él no era de esos muchos, sino que era de los pocos que dan hasta el final por lo que desean. Así que de esa forma, con un último aire contó su historia a un desdichado escritor que no tenía mucho de valor y que contaba en su cuenta con diez mil días de vida.
De esa forma la historia llegó a varios, de los cuales pocos hicieron algo, pero que no servía para el niño de mente y anciano de cuerpo. El escritor sin valor llego al mundo, la historia se conoció y el mundo se conmovió. Un hombre de fe, un hombre sin fe, una mujer de creencias abstractas y una mujer sin familia llegaron a él, viajando cientos de kilómetros solo para conocerle y darle una última palabra antes de que partiera al más allá. “No temas pequeño, que Dios te esperará al otro lado con brazos abiertos y banquetes que dan por mil”- le dijo el hombre de fe. “Si Dios puede darme los banquetes por mil, ¿por qué no se los da a los que se quedan acá sin poder comer, sin poder beber, sin poder vivir?”- respondió el niño que sea hacia hombre. “Hombre adolorido, dime ¿Cómo se siente morir? ¿Crees que encontrarás algo más? O ¿este es solo tu final?”- le preguntó el hombre sin fe. “No sé que es morir, pues aún vivo. No sé si hay algo más, pues solo sé que es el fin de algo. No sé si es solo mi final, pues puede que sea tanto el mío como el de muchos más.”- respondió el hombre que se quedaba sin tiempo. “Querido desconocido, no sé qué pasará contigo, ni qué pasará con nosotros, pero sé que ahora debes descansar, ya no te queda tiempo y deberías dejarte ir”- le comunico la mujer de creencias abstractas. “¿Para qué descansar si aún me queda algo de tiempo? No quiero que la vida acabe sin antes dejar mi historia, no quiero ser una lápida más en un cementerio que la gente irá a ver para pensar en quien fui. Quiero ser algo más. No sé qué, pero no me iré así como así, el tiempo siempre se puede dar un poco más.”- le dijo el hombre con sueños de niño. “No sé quién eres realmente, pero solo te deseo lo mejor, que puedas soñar como pareces querer hacerlo y  seguir haciéndolo por una eternidad. Mi familia murió por lo que morirás tú y ellos no dejaron un legado atrás, pero tú haces lo imposible por dejar más que un legado. Gracias por recordarme lo bello de la vida, gracias por darme una nueva fuerza para seguir.”- dijo finalmente la mujer sin familia y rompió en llanto. “Gracias, solo puedo darte las gracias, no por entender como me siento, si no por entender lo que quiero.”- respondió por última vez, con lagrimas corriendo por sus mejillas, el ser que dejaba de ser humano.
Los que estábamos en la sala vimos partir a alguien que no definiría como un hombre, vimos a alguien que era un sueño, un ideal. Sus ojos se cerraban por última vez, con lágrimas y con una sonrisa que iluminaba más que mil candelabros en la oscuridad. El ideal partió, y espero encontrarlo alguna vez en uno que otro sueño, donde me enseñe a soñar, donde me enseñe a no dejarme atrás.

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