Efectivamente, he muerto. Morí porque, como dijiste, no
puedo imaginar una vida donde tú no estás, y después de lo que hemos pasado, sé
que no estarás. Ya es tarde y es impertinente para algunos que siga hablando de
esto, pero debo contar nuestra historia, la que muchos dirán que es una vil
imitación de Romeo y Julieta, pero la gran diferencia es que ellos murieron en
su propia ley, mientras que yo he muerto en una cama, desconectado de los
cables que facilitaban mi vida y que te
permitían verme. Si escribo esto, es porque quiero que recordar una última vez
todo lo que fuimos y que jamás seremos.
Apenas recuerdo donde te conocí, pero te vi en algún lugar
con más gente pero entre todos resaltabas
tú, porque parecías perdida y con tus ojos mirabas asustada, o tal vez
nerviosa, a todo quien pasaba al lado o frente a ti. Quería acercarme,
preguntarte si podía ayudarte, si es que estabas perdida y millones de cosas,
pero solo te vi como una cara bonita en la multitud, así que me quede en mi
posición y no hice nada. Pero como en la típica película romántica, como el
típico cliché, nuestras vidas se juntarían en esas circunstancias que nadie
espera, a no ser de que sea en un libro, una película o en cualquier cosa así. Recuerdo
que era temprano e iba caminando cerca de la biblioteca y tropecé con alguien.
Para mi fortuna, esa eras tú.
-Lo siento, -dije inmediatamente- no me di cuenta por donde
iba, este celular me tiene atrapado. Lo siento.
-No te preocupes, no pasó nada. -decías mientras sonreías- Además, es típico que la gente no mira cuando están pendientes de sus celulares.
-No te preocupes, no pasó nada. -decías mientras sonreías- Además, es típico que la gente no mira cuando están pendientes de sus celulares.
Yo estaba sorprendido por tu tranquilidad, sonrojé y traté
de seguir la conversación:
-De verdad lo siento, prometo que jamás volverá a pasar. Oh,
me llamo Alejandro, ¿y tú? –dije sonrojado, con esa risilla estúpida que tenía
cuando me ponía nervioso.
-Anastasia, ese es mi nombre.
-Lindo nombre, como el de la hija del último Zar Ruso…
Y eso es todo lo que recuerdo de cuando te conocí, después
de eso solo tengo una imagen de nosotros caminando por los alrededores,
mientras te acompañaba a donde debías
ir, que en todo caso, no recuerdo.
Un par de semanas después de ese hecho, ya estábamos saliendo.
Todo era bastante similar a los sueños, nada parecía real estando contigo, era
realmente vivir en el cielo. Nos gustaba mucho ir al cine, salíamos a comer
cualquier estupidez que nos diera la gana y siempre hablábamos estupideces de
las que reíamos y nunca tomábamos en serio. Pero el tiempo pasaba y lo que era
nuestro sueño, lentamente se iba desmantelando en los pedazos de una máquina
que funcionaba cada vez más lenta.
Las cosas no andaban bien entre los dos, la pequeña gran
distancia que nos separaba y el hecho de que no podíamos conversar a no ser de
que fuera en persona nos cansó, pero luchamos para que no se cayera lo que teníamos.
Luchamos por eso que queríamos, peleamos por eso que queríamos. Recuerdo una pelea
que tuvimos:
-¿Dónde estás?, ¿estás conmigo o no? Ya no te oigo, parece
que estuviera solo cada vez que estoy contigo y cada vez que te pregunto qué te
pasa, rompes en llanto y luego te abrazo y me repites que estás loca, que no
entiendes como yo puedo estar contigo y después te digo que es porque me
importas más que todo, porque me gustas, porque te encuentro hermosa, porque
eres todo lo que he querido, porque tienes defectos y virtudes que adoro, -aquí
casi rompo en llanto- porque te amo. Pero, ¿solo yo siento esto? Por favor,
dime algo… No puedo seguir con este sentimiento de estar perdido y no saber si
esto está bien. Dime algo, por favor.
-No lo entenderías, no creo que entiendas que pasa por mi
cabeza. Pero si me siento como tú, te adoro con el corazón, pero… -comenzaste a
llorar- Pero tengo miedo de enamorarme perdidamente de ti y que luego te vayas.
Tengo miedo a sufrir y cada vez que me pongo a llorar es lo mismo.
-Entonces, ¿Qué quieres hacer?, ¿quieres correr e irte lejos
para que ninguno sufra? Bueno, ya es muy tarde para eso, si te vas los dos
sufriremos, lo superaremos y seguiremos con nuestras vidas teniendo siempre el
recuerdo de lo que teníamos.
-Creo que ahora solo quiero irme. Lo siento, pero necesito
pensar en mí.
Y saliste corriendo.
Pasaron un par de días. No tenía noticias de ti y mi amigo/hermano
Ignacio estaba ahí conmigo, mientras me tomaba una botella de ron. Si, estaba
mal y actué como un real pendejo.
-Esta es una pregunta idiota, pero ¿estás bien Ale? –me preguntaba
Ignacio- Ya van seis días, y llevas cuatro borracho y apenas consciente. Me
estás preocupando.
-¡Soy joven! Déjame tomar tranquilo y te juro que no
molestaré a nadie. –Esa era mi respuesta a cualquier comentario de cualquier
persona, no escuchaba a nadie.
-Ven compadre, vamos a dar una vuelta.
Y yo medio inconsciente le dije que sí. Y ese fue el mejor
error de mi vida.
-Llegamos. –me dijo después de despertarme.
-¿Dónde estamos? ¿y mi botella? ¡Dame mi botella!
-Tranquilo. Fíjate bien donde estamos.
-¡¿Me trajiste donde la Anastasia?! –le grite entre asustado
y amargado.
-No idiota, fíjate bien. Estás bien borracho, pero abre bien
los ojos.
Mi gran amigo me había llevado donde tus padres. El gran
idiota los había llamado de mi celular y les dijo que tenían que ver algo.
Claro, tenían que verme destruido y siendo más miserable que nunca.
-Ya, bájate Ale. Anda a hablar con ellos, yo te espero aquí.
Además te están mirando. –me dijo Ignacio sonriendo de oreja a oreja.
Me baje del auto y caminé como pude a la puerta de la casa,
donde me esperaban tus papas.
-Te veo bien muerto, pero como ya sabíamos que venias en
este estado, toma.- me paso una taza de café tu mama y hecho una risilla.
-Mira hijo, sé que estás mal, pero no puedes seguir así. Lo único
que sacas es dar pena y alejar a quien quieres. La Ana debe saber cómo estás y conociéndola,
no sacas nada. Mejor ponte los pantalones y háblale. –tu papa lo dijo con un
tono que mezclaba tristeza y enojo.
-Pero ¿Por qué siempre soy yo el que tiene que dar el paso?
¿Ah? Siempre soy yo el que tiene que hablar cuando peleamos y pedir perdón. Al
final el que está loco por ella soy yo y ella parece no importarle. ¿Cómo me
puede pedir que vuelva a eso? Al final vamos a terminar igual. –les dije
mientras sentía como el café me daba un poco de vida.
Recuerdo que estaba mareado por el alcohol y que, si bien,
el café me hacía sentir bien, no aguanté las ganas de vomitar y salí corriendo
al baño. Qué situación más desagradable… En la casa de mis ex suegros y yo en
el baño vomitando porque había estado tomando porque tenía el corazón roto, y
todo por culpa de su hija.
Al rato volví del baño y me esperaba tu papa sentado en la mesa y tu mama llevaba un plato con las galletas que ella hacía.
Al rato volví del baño y me esperaba tu papa sentado en la mesa y tu mama llevaba un plato con las galletas que ella hacía.
-Mira hijo, déjame explicarte el porqué de varias cosas.
Primero, mi hija no es como es por las puras. Hay un trasfondo que no conoces…
-Pero, ¡díganmelo! –me empezaba a enojar entre el silencio y
la inquietud del ambiente.
-Primero, yo no soy su padre biológico. Yo me case con
Melisa cuatro años después de que su padre biológico las dejara a las tres. Anastasia
tenía ocho años cuando su papa las dejo. Por eso debe temer tanto al abandono.
Esa es la única razón que se me ocurre respecto a eso.
-No sabía nada de eso… ¿Por qué no me lo habrá dicho? Pero tengo una duda. Dijo que dejo a “las tres”…-dije
con la cara de duda más grande que alguna vez tuve- ¿Cómo es eso?
-Yo tenía dos hijas… -los ojos se le llenaron de lágrimas a
mi suegra- Yo tenía dos hijas, Anastasia y María. María se suicidó cinco meses
después de que su padre nos dejara. Ella tenía diez y siete años. Tenía un
novio y el bastardo la dejó porque cuando nos dejó su padre nuestra economía se
fue a piso y ya no podía darse los lujos de antes. Él se aburrió y María se colgó
a la semana, porque todos los que ella amaba la abandonaban…- No pudo seguir
hablando, estaba destruida.