Y ahí estaba aquel joven, inmerso
en la insulsa y gris gran ciudad, cubierta de sombras en las nubes, con olor a
llanto de dioses y con una pantalla al frente. ¡Oh, que miserable se sentía!
Pero eso era el día a día, lo
usual del lugar donde residía, lleno de conflictos inertes y sentimientos vacíos que solo llenaba con música y pensamientos abstractos sobre la teoría
del caos o el efecto mariposa con la finalidad de entender porque su pasado lo
condenaba.
Que gris se veía el metro, que
amarga se sentía la azúcar, que triste se sentía el pobre muchacho.
Pero la vida enseña que no hay
mal que por bien no venga, y que no importaba como, donde o cuando, su historia
sería escuchada, sería parte de algún anaquel viejo y empolvado, esperando a
que alguien tuviera el valor de leerlo, arriesgándose a entender al pequeño de
veinte inviernos. Y soñar siempre le resultó fácil, hasta que aprendió a
hacerlo despierto y su mirada cambió.
El cielo lleno de sombras era
un bosque oscuro y maldito, donde el único momento que se limpiaba era cuando salía
de él. Y los grandes edificios fueron montañas donde se encargaba de llegar a
la cima para ver los pequeños cerros aledaños. Las personas fueron aldeanos de
una campiña rústica donde vivía. También podía escuchar a los dioses por la
radio, que según él, era un tipo de comunicador dimensional que lo contactaba directamente
con los entes del más allá.
El chicuelo aún quería contar
su historia y guardarla en el anaquel polvoriento, y es ahí donde sus manos
empezaron a fallar. Los lápices eran más de lo que sus manos podían levantar. Y
caminar ya no era tan fácil como antes, llevar sus pies por sobre un centímetro
podía llevarle horas. Su mente se empezó a cansar y los sueños despiertos se
volvieron pesadillas de realidad.
La distrofia de Duchenne es
una grave enfermedad que no lo tomó por sorpresa, sabía hace un tiempo que la
poseía y que no podía hacer nada. Un último suspiro para avanzar en lo que
puede ser una vida corta, o un mal sueño escrito por un desgraciado autor.
Pero rendirse no es una
opción, rendirse es para aquellos sin voluntad, como fue mi amigo en su tiempo
pasado, antes de soñar despierto. Siempre hay gente en el mundo dispuesto a
contar historias ajenas y dejarlas en los anaqueles polvorientos, y esta vez no
hubo excepción.
El dolor era más de lo que
muchos soportan, pero él no era de esos muchos, sino que era de los pocos que
dan hasta el final por lo que desean. Así que de esa forma, con un último aire
contó su historia a un desdichado escritor que no tenía mucho de valor y que
contaba en su cuenta con diez mil días de vida.
De esa forma la historia llegó
a varios, de los cuales pocos hicieron algo, pero que no servía para el niño de
mente y anciano de cuerpo. El escritor sin valor llego al mundo, la historia se
conoció y el mundo se conmovió. Un hombre de fe, un hombre sin fe, una mujer de
creencias abstractas y una mujer sin familia llegaron a él, viajando cientos de
kilómetros solo para conocerle y darle una última palabra antes de que partiera
al más allá. “No temas pequeño, que Dios te esperará al otro lado con brazos
abiertos y banquetes que dan por mil”- le dijo el hombre de fe. “Si Dios puede
darme los banquetes por mil, ¿por qué no se los da a los que se quedan acá sin
poder comer, sin poder beber, sin poder vivir?”- respondió el niño que sea
hacia hombre. “Hombre adolorido, dime ¿Cómo se siente morir? ¿Crees que
encontrarás algo más? O ¿este es solo tu final?”- le preguntó el hombre sin fe.
“No sé que es morir, pues aún vivo. No sé si hay algo más, pues solo sé que es
el fin de algo. No sé si es solo mi final, pues puede que sea tanto el mío como
el de muchos más.”- respondió el hombre que se quedaba sin tiempo. “Querido
desconocido, no sé qué pasará contigo, ni qué pasará con nosotros, pero sé que
ahora debes descansar, ya no te queda tiempo y deberías dejarte ir”- le
comunico la mujer de creencias abstractas. “¿Para qué descansar si aún me queda
algo de tiempo? No quiero que la vida acabe sin antes dejar mi historia, no
quiero ser una lápida más en un cementerio que la gente irá a ver para pensar
en quien fui. Quiero ser algo más. No sé qué, pero no me iré así como así, el
tiempo siempre se puede dar un poco más.”- le dijo el hombre con sueños de
niño. “No sé quién eres realmente, pero solo te deseo lo mejor, que puedas
soñar como pareces querer hacerlo y
seguir haciéndolo por una eternidad. Mi familia murió por lo que morirás
tú y ellos no dejaron un legado atrás, pero tú haces lo imposible por dejar más
que un legado. Gracias por recordarme lo bello de la vida, gracias por darme
una nueva fuerza para seguir.”- dijo finalmente la mujer sin familia y rompió en
llanto. “Gracias, solo puedo darte las gracias, no por entender como me siento,
si no por entender lo que quiero.”- respondió por última vez, con lagrimas
corriendo por sus mejillas, el ser que dejaba de ser humano.
Los que estábamos en la sala
vimos partir a alguien que no definiría como un hombre, vimos a alguien que era
un sueño, un ideal. Sus ojos se cerraban por última vez, con lágrimas y con una
sonrisa que iluminaba más que mil candelabros en la oscuridad. El ideal partió,
y espero encontrarlo alguna vez en uno que otro sueño, donde me enseñe a soñar,
donde me enseñe a no dejarme atrás.